La escena que elegí para esta entrada pertenece a una película que no recibió buenas críticas en su lanzamiento, pero que hoy se considera cine de culto. Las reflexiones de su narrativa y el abordaje de una temática vigente la vuelven una excelente opción para inaugurar la sección.
Philip K. Dick, la naturaleza de la realidad y las drogas
La realidad es un tema muy complejo. No sabemos prácticamente nada sobre ella, ni siquiera sabemos si estamos equipados con los dotes necesarios para entenderla. Si buscamos su definición en un diccionario, nos encontraremos con algo como esto:
Existencia real y objetiva de las cosas.
Todo lo que existe, el mundo.
Pero, ¿qué puede aspirar a ser real? ¿Qué es lo que existe
Philip K. Dick, un escritor estadounidense, trabajó esta temática en sus novelas durante toda su vida literaria, y para ello eligió el género que consideró en ese momento más conveniente: la ciencia ficción. Muchos lo reconocerán por las adaptaciones cinematográficas que se hicieron de sus novelas. Total recall, por ejemplo, es un clásico cuyo guion salió de Podemos recordarlo por usted al por mayor. Minority Report es otra película basada en una de sus novelas, dirigida por nada menos que Steven Spielberg. Pero la producción cinematográfica que lo ubicó por primera vez en el mapa fue la película de culto Blade Runner (Sí, la de las lágrimas en la lluvia), adaptada de su novela corta más emblemática: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Dick consumía LSD y anfetaminas. Sus novelas de ciencia ficción nacen de las experiencias con el consumo de estas drogas. Y como la conciencia alterada por los psicodélicos, la mayoría de ellas son por momentos caóticas y confusas. Cuando Dick las escribió, el uso de ciertas drogas tenía otro margen de legalidad. En una entrevista confesó haber escrito todas sus novelas previas a 1970 bajo el efecto de anfetaminas, llegando a escribir once de ellas entre 1963 y 1964.
Hoy eso cambió. Aunque en muchos lugares del mundo se está estudiando el potencial terapéutico de drogas psicodélicas, como el LSD y la psilocibina, en la experiencia humana, el uso se mantiene prohibido fuera de la investigación. A pesar de no poseer los riesgos asociados a drogas adictivas como la heroína y la cocaína, y de considerarse métodos seguros para explorar nuestras subjetividades, estas sustancias siguen siendo vistas como tóxicas y peligrosas. Lo que vuelve la exégesis de las novelas de Dick algo profética. En ellas, las drogas sirven como dispositivos para transportar a los personajes de una realidad a la otra, o para revelar las grietas por donde se descubre el simulacro donde habitan. En la mayoría de los casos, una autoridad tirana controla la simulación para sostener el status quo imperante. Entonces, para los protagonistas, cuestionar la realidad es, en cierto sentido, cuestionar la autoridad misma, y para hacerlo necesitan alterar voluntariamente la forma en la que perciben esa realidad, de tal manera que les permita ver la utilería en el escenario. Solo así pueden desmantelarla.
Les dejo una entrevista en video a Enzo Tagliazucchi, físico e investigador del CONICET, donde explica el potencial terapéutico de los psicodélicos.
La obra y el escritor
Philip K. Dick fue uno de los primeros en pensar sobre el concepto de la matrix. Detrás del velo de la realidad hay una máquina, un artificio, dispuesto allí para engañar, a través de una simulación, la manera en la que percibimos el mundo. Y como la máquina, las novelas de Dick también ocultan bajo la sombra de sus narrativas no solo comentarios sobre la realidad en la que estamos inmersos, sino también profecías que, de algún modo, se han ido cumpliendo. Desde el uso de la tecnología para vigilar y controlar a la población hasta la crisis identitaria del sujeto en la posmodernidad.
Encontró en la ciencia ficción el canal por donde deslizar una severa crítica social. Fue un ferviente detractor del capitalismo. Si estuviéramos dentro de una de sus novelas, para vencer la ilusión impuesta, deberíamos primero superar la alienación producida por la realidad capitalista y su sociedad de consumo, y nuestra constante deshumanización, y eso implicaría encontrar el dispositivo apropiado, el cual seguramente estaría fuera del margen de la ley.
Aunque si me preguntan a mí, vamos tirando más hacia el mundo de Huxley que hacia el de Dick o el de Orwell.
En Philip K. Dick: Prophetic Healer or Alienated Psychotic?, Michael O’Brien escribió:
Empleando una estructura de narrativa dual de pequeño protagonista (pequeño trabajador) contra gran protagonista (autoridad), Dick mostró cómo el poder de la elite construye subjetividades proletarias en una forma de «invasión» capitalista.»1
Pero en una de sus novelas, esta distinción, O’Brien aclara, esta dualidad, se disuelve: A Scanner Darkly (Una mirada a la oscuridad). Según el ensayista, esta novela pertenece a la segunda etapa de la vida literaria de Dick. Luego de su incursión en las distopías, con novelas como La penúltima verdad o Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, el escritor ingresó en un periodo ontológico. 2 Esta es una etapa donde el foco de sus novelas se traslada de la crítica social hacia una suerte de grito espiritual contra la incoherencia y la multiplicidad de relatos de la posmodernidad, aquellos que impiden la formación de una narrativa identitaria.
El problema de la identidad se volvería un tema recurrente en las novelas que escribió durante esa etapa.
Nathalie Rodríguez Rojas, en su tesis El discurso posmoderno: Una trampa hacia la psicosis, resume la problemática del posmodernismo así:
A mi juicio, el discurso posmoderno, a través de la sucesión interminable de presentes continuos y erráticos dificultan la “apropiada” construcción de la dimensión simbólica. No es posible relatar la propia historia biográfica ni organizar una narración coherente de presente pasado y futuro: el sujeto posmoderno es desbordado por una sucesión de significantes puros que al tiempo le impiden construirse – también a través del lenguaje- una identidad. La fragmentación es en la posmodernidad un valor en alza, sin embargo en lo fundacional, lo constitutivo, la discontinuidad es una dificultad que apenas se comienza a descifrar.2
La novela
Si bien Una mirada a la oscuridad es técnicamente una distopía, algo la separa de otras obras similares de Dick: es también una suerte de autobiografía.
Cuando su cuarta esposa lo dejó, Dick se encontró solo en una casa demasiado grande para él. Lo que era un gran problema, porque no solo sufría la soledad al punto de contemplar el suicidio, sino que necesitaba estar rodeado de personas para escribir. Para enfrentar esta situación, empezó a acoger drogadictos que vivían en la calle, la mayoría de ellos adolescentes. Él les daba un lugar donde dormir y ellos le brindaban su compañía. Así fue cómo se hizo adicto a las anfetaminas y a otras drogas más peligrosas. Una mirada a la oscuridad reúne de alguna manera sus experiencias durante esa época, con las drogas y con los jóvenes que vivieron con él. Muchos de ellos murieron por el uso de heroína y otras sustancias tóxicas, lo que dejó una marca profunda en Dick y definió ciertos aspectos de la narrativa en la novela.
En el epílogo de la novela, recuerda a sus amigos así:
Estos fueron mis amigos. No hubo mejores. Siguen en mí y el enemigo jamás será perdonado. El «enemigo» fue el deseo de continuar jugando.
Déjenlos jugar otra vez, de otra manera, para que sean felices.
Aunque podría escribir un pequeño resumen de la novela, me parece más apropiado saltar directamente a la adaptación que ocupa esta entrada, ya que el trabajo de Richard Linklater en la película Una mirada a la oscuridad es quizás el más fiel que se ha realizado sobre una novela de Philip K. Dick. En otras adaptaciones cinematográficas, como Blade Runner o Minority Report (Sentencia previa), los directores se tomaron grandes licencias sobre el material original para narrar sus propias versiones. Lo que en sí no es ni bueno ni malo, pero obligaría a analizar las diferencias y sus razones.
Sin más, allá vamos.
La película
El escenario de la película —y del libro— es nuestro mundo en un futuro no muy distante. Seguimos a Bob Arctor, quien es adicto a la sustancia D, una poderosa y popular droga sintética cuyas alucinaciones inducen fácilmente a la psicosis y a la esquizofrenia. En el film vemos a Bob interactuar con su grupo de amigos, adictos también, en la casa que supo compartir con su esposa e hijos antes de separarse.
Por otro lado tenemos a un policía encubierto, que va con el nombre código Fred, quien se infiltra en el grupo de Bob con la misión de averiguar de dónde sacan la droga. En la estación de policía, Fred utiliza un traje mezclador que impide a los demás descubrir su identidad, ya que el traje cambia constantemente la apariencia y el tono de voz de quien lo viste. Ni sus colegas, ni las mismas autoridades, conocen su identidad, solo reciben sus informes. De esta manera los agentes de narcóticos se resguardan cuando realizan su trabajo.
El problema es que Bob y Fred son la misma persona.
A Fred le ordenaron seguir y vigilar al grupo de Bob, y para ello tuvo que volverse un adicto. Pero los estragos de la Sustancia D sobre su persona fueron tan severos que luego de un tiempo ya no fue capaz de reconocer que él también era Bob, o que uno de los dos gestó al otro.
Fred y Bob habitan el mismo cuerpo. No lo saben y sí lo saben. A lo largo de la película, el personaje sugiere por momentos dar cuenta de su identidad fragmentada, pero nunca lo suficiente como para hacer algo al respecto. Una mirada a la oscuridad juega con la imposibilidad de observarnos, de definirnos, incluso cuando somos el observador y el observado al mismo tiempo.
Para representar mejor la experiencia de los personajes, tanto los efectos psicóticos y alucinógenos de la droga como el traje-camuflaje que usa Fred, Linklater utilizó una técnica llamada rotoscopio, donde se reemplazan los fotogramas de una filmación por dibujos animados. El director ya había recurrido a este método en la película Despertando a la vida para expresar mejor el mundo onírico donde se mueven los personajes, que dicho sea de paso, también explora la naturaleza de la realidad.
La rotoscopia es un híbrido. Lo que vemos en la pantalla son personas reales, son actores reales, plasmados sobre un mundo animado, donde la verosimilitud de la narrativa se diluye para permitir fundir lo posible con lo imposible sin la resistencia que amerita. Vemos en simultáneo la experiencia subjetiva del personaje y la realidad objetiva; o sea, la que comparte con los demás personajes, y no es posible distinguir una de la otra, como sucedería con las técnicas de efectos especiales a las que estamos acostumbrados. No importa qué tan realista sean los efectos, la tecnología actual no puede impedir que la experiencia se contamine de algún modo. En cambio, con la mirada rotoscópica, la experiencia nunca es sometida a prueba y mantiene a los espectadores inquietos y perturbados.
La escena
El título de la novela de Philip K. Dick hace referencia a un pasaje bíblico, el cual se condensa en el corazón de la película, dentro de la escena que nos ocupa.
Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora veo por un espejo, oscuramente… 4
Por un lado tenemos a unos adictos que se divierten y pasan el rato experimentando con la Sustancia D. Por el otro, tenemos un policía encubierto que va registrando todo lo que hacen con la esperanza de encontrar a quien les provee la droga. Y por último tenemos el papel que juega la tecnología, no solo para ocultar a Fred, sino también para vigilar y determinar el accionar de todos los personajes.
Linklater explora la dependencia tecnológica de una sociedad como la nuestra, pero amplificada, donde hay cámaras en cada esquina y las decisiones de las autoridades se basan en análisis de datos que provienen de una inteligencia artificial. Nosotros, los espectadores, apenas alcanzamos a ver algunos engranajes.
Debido a la paranoia inducida por la Sustancia D, Fred coloca cámaras en la casa de Bob para vigilar sus movimientos. Es un error del sistema el que ubica a Fred como agente a cargo de la vigilancia de su propia y doble identidad encubierta. De hecho, podemos decir que el traje mezclador que utiliza Fred en sus horas de oficina no oculta su identidad, sino que la borra, la deshace. No hay diferencia entre los efectos de la Sustancia D y la forma en que actúa el traje que los agentes de las fuerzas policiales deben vestir. El espectador no pueda estar seguro de saber dónde terminan los efectos permanentes de la droga y dónde empiezan los efectos causados por el uso continuo del traje.
Los sistemas de vigilancia en la sociedad de Una mirada a la oscuridad son tan complejos que incluso aquellos que los manejan pierden el control de sus funciones. La sobreproducción de información de los mismos, como sucede en varias novelas de Dick, hace dudar a sus operadores sobre lo que es en verdad la realidad y qué tanto control tienen sobre ella. 5
En el artículo La tecnología digital, basada en la economía de la atención, atenta contra la autonomía humana, Alejandro Martínez Gallardo, escribió:
Cada vez es más pronunciada la tendencia al llamado dataísmo, la perspectiva de que el mundo es información y que los algoritmos son superiores a nosotros para tomar decisiones y regir nuestras actividades. El pensamiento pierde importancia. Las máquinas no piensan, pero pueden usar toda la información que generamos para solucionar problemas.6
Philosophy Tube publicó un video muy divertido que explica de manera maravillosa esta problemática.
Entonces Bob llega a su casa. Está solo, pero sabe que Fred colocó cámaras y que ahora mismo puede estar mirando a través de ellas. O tal vez es la inteligencia artificial, diseñada para extraer datos, y para analizar y grabar todos sus movimientos.
Debo actuar como si no estuvieran aquí. Si es que siquiera existe un «ellos». Puede que solo sea mi imaginación.
Está cansado y piensa en Donna, la adicta de la cual se enamoró. Piensa en la naturaleza de lo que ahora lo observa.
Lo que sea que esté mirando no es humano, no como mi Donna de ojos oscuros. Esta cosa ni siquiera parpadea.
Y la angustia existencial. Su identidad ha sido quebrada para siempre, primero por la Sustancia D, luego por la maquinaria, que hace de pantalla y define sus actos, por el traje mezclador y los sistemas de vigilancia, y por último, por la imposibilidad de reconciliar su realidad con la de Fred.
¿Qué ve un scanner? ¿Lo que hay dentro de la cabeza? ¿En el corazón? ¿Puede entrar en mí? ¿En nosotros? ¿Y cómo ve? ¿Con claridad o con oscuridad?
Al final, su persona queda para siempre definida por algo más.
Espero que vea con claridad, porque yo ya no puedo ver dentro de mí. Solo veo tinieblas. Espero por el bien de todos que el scanner lo haga mejor. Porque si el scanner ve oscuridad, como yo, entonces estamos condenados, una y otra vez. Moriremos sabiendo muy poco, y malinterpretando, también, ese ínfimo fragmento.
Película: Una mirada a la oscuridad. Richard Linklater. 2006.
Libro: A scanner darkly. Philip K. Dick. 1977.
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