
I
Aquellos de nosotros lo suficientemente afortunados como para recluirnos cómodamente durante la pandemia, podemos encontrar en la literatura relatos que dan cuenta de nuestro tiempo. La plaga de Albert Camus, por ejemplo, vuelve hoy a atrapar a lectores de todo el mundo. Y aquellos ya familiarizados con la obra, saltarán de barco, como pueden haberlo hecho las ratas infectadas por la plaga, hacia otro texto: Diario del año de la peste de Daniel Defoe. De repente, esos tiempos sin precedentes que gestaron dicha literatura parecen volverse del todo precedentes. Esas historias y la nuestra convergen en una misma narrativa: reina la incredulidad hasta que es demasiado tarde. Los ricos huyen de la ciudad, llevando la plaga al campo, mientras los pobres mueren hacinados en las calles. Los agoreros del pasado se vuelven los profetas del mañana. Sin embargo, eventualmente todo terminará; ninguna pandemia ha podido limpiarnos del planeta, y con las secuelas del desastre, se publicará la próxima gran obra, aquella que relate nuestra plaga, y en un siglo o cuatro, la humanidad volverá a esos tomos olvidados que parecerán custodiar infinita sabiduría frente al cataclismo.
Acercarnos a lo ficticio nos da la oportunidad de entender la actualidad. Aunque uno puede leer por placer, la lectura es también un acto de iluminación. Aprendemos de La plaga sobre nuestro endeble comportamiento humano, cuando en la obra nos volvemos unos contra los otros en medio de la crisis, y Diario del año de la peste nos relata historias que ahora nos suenan familiares, incluyendo una donde el tiempo se estira y deforma al descender sobre nosotros un periodo de espera y ansiedad que parece no tener fin.
El intento por comprender la actualidad ha provocado un estado de ánimo dominante, una suerte de registro emocional. Pero, ¿qué significa este registro emocional? Scott Berinato argumenta en The Harvard Business Review que se trata de un sentimiento causado por el duelo. Estamos llorando la pérdida del mundo que una vez supimos conocer, y en el proceso aceptamos un cambio repentino y sustancial en nuestras vidas colectivas. Finalmente tenemos un nombre para esta extraña combinación de nada y miedo que nos invade. Ahora esperamos que surja el nuevo mundo y sabemos qué forma adoptará. Mientras, el viejo mundo ha muerto y yace enterrado sin ceremonia en el patio trasero.
Quizás, en lugar de duelo, luto es una palabra más apropiada. Este ligero cambio lingüístico puede comunicar algo importante sobre los términos que mejor describen la actualidad y el humor colectivo. Mientras la cantidad de muertos en el mundo supera los 370000 —con más de 100000 de esas muertes ocurridas solo en los Estados Unidos—, no debemos perder de vista la desigualdad con la que esos números nos llegan.
El luto y el duelo traen consigo un espíritu de inclusión: estamos todos juntos en esto, afligidos por las mismas pérdidas. Son los sentimientos asociados al luto los que Sigmund Freud contrastó con la melancolía. El luto es el proceso normal para lidiar con la pérdida, uno que esperamos superar del otro lado. La melancolía, en cambio, es la incorporación de la pérdida en el ego, en nuestra identidad. Se diferencia del luto en cuanto a que es más severa y permanente. Como ya veremos, adopta una forma literaria en las obras de Kafka. Contraria al luto y al duelo, la melancolía carga con la imagen de la exclusión. Freud argumenta que la melancolía nos vuelve en contra de nuestro propio valor. Y aquí podemos ver algo de su carácter excluyente: es algo que me sucede a mí, en la melancolía huyo de un mundo que contrasta con mi depresión. Podemos sostener un luto colectivo, pero no estoy tan seguro de que podamos experimentar una melancolía colectiva.
II
No seré el primero en pensar en las obras de Kafka durante estos tiempos inciertos. Es fácil ver, bajo el peligro de una amenaza desconocida, la voluntad de nuestros líderes de tirarnos a los pies de una economía invisible y temerosa —cuyas reglas se nos presentan para siempre oscuras—. Ese es el mundo de El proceso o El castillo. En nuestro aislamiento y enfermedad vemos el mundo de La metamorfosis, en nuestro miedo del mundo exterior escuchamos los ecos de La obra.
¿Por qué volver a Kafka? Nosotros, como escritores y lectores, tenemos la responsabilidad de pensar con cuidado estos tiempos de incertidumbre. La invocación del duelo de Berinato es lo suficientemente plausible, pero crea la falsa sensación de que estamos juntos en esto.
Aunque todos estamos en riesgo de muerte, dicho riesgo no está distribuido con ecuanimidad. La guadaña de la pandemia cae de manera arbitraria sobre el mundo. En nuestras generalizaciones apresuradas e irresponsables, nos arriesgamos a ignorar este hecho. El tiempo pasa extraño para aquellos de nosotros encerrados en nuestros departamentos leyendo a Defoe o Camus, pero el carácter del tiempo es diferente para los demás, para los obligados a continuar su trabajo, para los que están a la espera de la sentencia de los cobradores de deudas y propietarios, para los que fueron convocados a las trincheras para luchar en la primera línea de defensa.
Al recuperar a Kafka como fuente de reflexión sobre la pandemia que hoy nos aqueja, debemos mirar más allá de los sentimientos universales, del miedo, de la incertidumbre y del temor. Debemos pensar en cómo se construye el mundo de Kafka. En el corazón de El proceso y El castillo yace el tema de la exclusión. Dicho de otra manera, y para traerlo a la actualidad, el tema de las obras es el encierro en el dejar afuera. En El libro de los pasajes, Walter Benjamin capturó esta idea del universo kafkiano al escribir:
¿Por qué al mirar por una ventana desconocida siempre se encuentra una familia dispuesta a cenar, o un hombre solitario, sentado en una mesa bajo una lámpara suspendida, absorto en alguna tarea oscura? Ese encuentro de la mirada es la célula germinal de las obras de Kafka.
Lo importante y crucial aquí es el acto de mirar. En este corto pasaje, Benjamin captura el sentimiento de exclusión que se construye en las novelas de Kafka. Existen dos mundos, aislado uno del otro. En la figura de aquel que observa la ventana podemos identificar a los protagonistas del mundo de Kafka. En El castillo, K. intenta desesperadamente ingresar en el castillo, pero la entrada se le niega una y otra vez a lo largo de toda la obra. Luego descubrimos que la imposibilidad de acceder al castillo está causada por una exclusión en las normas sociales de la aldea al pie de la colina donde se ubica. Los aldeanos parecen saber algo que K. desconoce. De esta forma, K. no solo es excluido del castillo, sino también del mundo de los aldeanos, y su ostracismo se vuelve el tema dominante en la novela.
Para que algo sea exclusivo debe primero ser permisivo para algunos y no para otros. De esta manera, el terrible carácter del mundo de Kafka no está distribuido de manera equitativa, incluso cuando ya es asfixiante. Esto puede apreciarse en una de las primeras escenas de la obra, donde K. intenta llegar al castillo mientras lucha con la nieve.
…también se quedó asombrado por la longitud del pueblo que no conocía fin, una y otra vez se sucedían las casuchas con las ventanas cubiertas de hielo, la nieve y la soledad; finalmente se apartó de esa calle y le acogió una callejuela estrecha, con una capa de nieve aún más profunda, donde sólo podía avanzar con gran esfuerzo al hundírsele los pies en el manto blanco; el sudor comenzó a correr por su frente; de repente se detuvo y ya no pudo seguir.
Apenas unas páginas más tarde, K. se encuentra con Arthur y Jeremiah, los infames asistentes del castillo, en las mismas circunstancias, luchando por avanzar en la nieve. Kafka describe a los asistentes de esta manera:
K se dio la vuelta. ¡Así que en ese pueblo salía la gente a la calle! De la dirección del castillo venían dos jóvenes de estatura media, los dos muy delgados, con trajes estrechos, muy parecidos de rostro, de tez muy morena, pero con unas perillas tan negras que aun así destacaban. Para la condición en que se hallaba la calle avanzaban sorprendentemente deprisa, dando grandes zancadas rítmicas con sus piernas delgadas. —¿Adónde vais? —preguntó el de la gran barba. Sólo se podía hablar con ellos a gritos, tan rápido caminaban y no se detenían.
Las condiciones no habían cambiado, las calles continuaban cubiertas por la nieve, pero de alguna manera los asistentes avanzaban con facilidad. Ellos pertenecen a la aldea y al castillo; K., en cambio, no. Ellos son habitantes de ese mundo. La condición de extranjero de K. para con el mundo en que se encuentra es la fuente de todos sus problemas. En su ensayo sobre Kafka, Benjamin identifica a los asistentes como aquellos para quienes hay esperanza en el mundo de Kafka. En cierto sentido, Benjamin articula un resultado lógico para el carácter excluyente de este mundo: algunos se mueven con facilidad, otros nunca lo harán. Si K. es la figura que mira a través de la ventana, los asistentes entonces vienen a representar la familia que está apunto de cenar, el hombre y su trabajo oscuro, siempre dentro de la casa y fuera de peligro, encerrados y a salvo.
III
En un fragmento muy similar al de Benjamin, Péter Nádas intenta capturar la esencia de la melancolía:
Piensa en encontrarte en una calle desconocida de una ciudad extranjera, cubierta por una capa espesa de nieve, y de repente una ventana iluminada te obliga a detenerte. Las cortinas están cerradas a medias, y dentro, en un ambiente cálido, bajo la suave luz de una lámpara protegida, alguien se sienta en una habitación decorada con los muebles más exquisitos. No puedo imaginar otro lugar donde mi vida fuera más perfecta.
Aquí Nádas sugiere que un sentimiento de exclusión también descansa en el corazón de la melancolía. En este sentido coincide con el mundo de Kafka. Aun cuando a la melancolía muchas veces se la asocia con la imposibilidad de actuar, con una pérdida que no se puede superar, esta también está caracterizada por la exclusión. Quizás de esta manera la exclusión converge con la pérdida: la exclusión del mundo es una pérdida del mundo. Así, leer a Kafka en tiempos de pandemia es dar cuenta del carácter excluyente de la actualidad, entender cómo esta da forma al humor dominante de la época.
Volviendo a Berinato y su invocación del luto, debemos señalar que falla en reconocer la característica más importante. Sugerir, como lo hace, que estamos todos de luto supone que en algún momento esto pasará. Pero para los ya fallecidos, para aquellos detrás de la caja registradora, forzados a usar equipos protectores de segunda mano, no hay certidumbre en el horizonte de que la pandemia vaya a pasar. Del mismo modo, aquellos alrededor del mundo que sufren por desigualdades sociales, políticas o económicas pueden encontrarse en circunstancias desastrosas y permanentes incluso si sobreviven al virus. Crece la sensación de que hay un «mundo» del cual muchos fueron excluidos y continuarán siendo excluidos por razones confusas y misteriosas. Si dicho mundo dispone de un registro emocional o carácter, este debe ser de naturaleza melancólica. Atisbando de tanto en tanto la vida calma y segura de aquellos que pueden refugiarse de la carga de estos tiempos, los «forasteros» lucharán por abrirse paso y volver a la normalidad, a un tiempo donde no eran excluidos del mundo que conocían, sin saber que ya han perdido ese mundo para siempre.
Muchos de nosotros saldremos de la pandemia más o menos intactos. Tenemos hogares desde donde trabajar o estudiar, o quizás volvimos a la casa de nuestros padres, o nos recluimos con nuestra familia en el campo, llevando, sin saberlo, la pestilencia con nosotros. Libres de la rutina, para bien o para mal, miramos en silencio cómo se suceden los días. Leemos a Camus o Defoe y pensamos que todo pasará. Sentimos una pérdida, pero es una que superaremos. Estamos de luto. Nos creemos los protagonistas, nos sentimos como K., encerrados fuera del castillo, cuando en realidad somos los asistentes, atravesando la nieve a nuestro paso con relativa facilidad mientras algún pobre idiota, justo fuera de nuestro campo visual, lucha contra el mismo mundo que nosotros navegamos casi sin problemas. Quizás, si levantáramos la vista de nuestras mesas y miráramos por la ventana, podríamos ver esa figura y la dejaríamos entrar en nuestro mundo. Sin embargo las cosas no son tan simples: alguna ley oscura y misteriosa nos lo impide. Dentro, permanecemos seguros y calientes. Mientras tanto, afuera el día se acerca a su fin, volviéndose más oscuro y frío con cada minuto que pasa.
Artículo escrito por Duncan Stuart para la revista 3:AM, publicado el 3 de junio de 2020 y traducido al español el 18 de mayo de 2021.
Sobre el autor
Duncan Stuart es un escritor australiano que actualmente reside en Nueva York. Sus escritos han sido publicados en numerosas revistas, incluyendo 3:AM, Overland, Demos Journal y The Cleveland Review of Books.
Fuente original: https://www.3ammagazine.com/3am/melancholy-and-exclusion-on-reading-kafka-during-the-pandemic/
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