El mito del Minotauro en tiempos de aislamiento

original por Alex Tadel

Y la reina dio a luz a un hijo que se llamó Asterión.

Apollodorus Bibliotheca III.I

En «La casa de Asterión» (1947), el autor argentino Jorge Luis Borges no nos ofrece más contexto que este lacónico epígrafe. El relato cortísimo es un monólogo de Asterión, quien da la inequívoca impresión de ser el habitual narrador borgiano. Erudito, solitario y enigmático, Asterión nunca abandona su casa. Describe sus días en soledad, los extraños juegos que inventa para pasar el tiempo, sus teorías cosmológicas y ontológicas donde él se posiciona como demiurgo. También hace desconcertantes referencias a cuerpos que se acumulan en su casa. Solo al final se nos revela que Asterión es de hecho el Minotauro, y su casa el laberinto cretense. Salvo los pocos casos de estudiosos del mundo clásico que reconocen en Asterión el otro nombre del Minotauro, el sorpresivo giro final le revela al lector que el relato es un recuento del mito desde la perspectiva del monstruo.

El enfoque de Borges en el Minotauro no es una manera novedosa de desestabilizar el popular mito. Es cierto que cuando los autores clásicos desearon subvertir la heroica expedición de Teseo a Creta, lo hicieron desde el abandono de Ariadne (Catullus 64 o Heroidas de Ovidio), pero una multitud de ensayos post-clásicos, especialmente durante el siglo veinte, mostraron una profunda fascinación por el Minotauro. Los motivos fueron las múltiples y variadas interpretaciones del mito. Los surrealistas, por ejemplo, pensaron el laberinto como la mente impenetrable, y el Minotauro como el subconsciente al acecho. La publicación surrealista más famosa se titula Minotaure (1933-1939), con las portadas mostrando interpretaciones del hombre toro imaginadas por artistas del talle de Joan Miró y Salvador Dalí. Para Friedrich Dürrenmatt, Muriel Rukeyser y otros, el insalvable laberinto evocaba los siempre presentes regímenes totalitarios.

Entre esta rica multitud de interpretaciones, La casa de Asterión parece ser única en cuanto a que centra la atención en el aislamiento del Minotauro. Es una investigación de la experiencia de encontrarse solo, una exploración de la mente y el cuerpo privados de cualquier contacto con otros. Eligiendo la reclusión del Minotauro por sobre su condición de monstruo como foco para su interpretación, Borges reescribe el rechazado y antisocial ser mitológico como paradigma de la soledad y la marginación. Mientras que la naturaleza semihumana del Minotauro es central para la mayoría de los estudios, Borges la aborda sutilmente. Asterión es bien versado en dialéctica a la hora de construir especulaciones filosóficas dentro de su cabeza de toro, sin embargo no sabe leer:

jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra.

Y al mismo tiempo se mantiene reacio a interactuar con otros:

No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres…

El imperativo de conectarse para alcanzar una vida humana plena es apenas insinuado por el autor a un nivel íntimo, aunque con su particular sello intelectual.

El fondo de motivos taurinos es solo un aspecto de la falta de contexto con que Borges presenta al Minotauro. Asterión y su casa son casi abstractos, invenciones hipotéticas que existen en un tiempo y espacio indefinidos. Esto marca un importante contraste con la antigua obsesión por la pasión de Parsífae y el toro que existe en cada recuento del mito cretense, o ante la percepción moderna del hombre toro como símbolo de la alteridad y su estigmatización. El poema de Rukeseyer El minotauro (1944) empieza con una cadena de participios: atrapado, cegado, llevado, y retrata la vida del monstruo en el laberinto como si estuviera en una prisión, una soledad forzada por otros. Asterión, en cambio, insiste en no ser prisionero ni inhospitalario. La negativa por buscar las causas del aislamiento de Asterión, de contextualizar, vuelve su soledad inexplicable y sin sentido. Pero esta reducción, esta narrativa particular del confinamiento del Minotauro, permite centrar el relato en el aislamiento como tal, en el sujeto en soledad.

La casa de Asterión es un relato inquietante sobre la mente en confinamiento. El mundo exterior le llega a Asterión en fragmentos y en la forma de rumores, de los cuales él se distancia inmediatamente tratándolos de calumnias y mentiras. En su absoluta soledad, la cual no puede ser aliviada con encuentros literarios, inventa juegos extraños y perturbadores para pasar el tiempo:

…corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme.

Aunque afirme que su aislamiento es voluntario, pareciera en realidad anhelar la compañía, o cualquier tipo de interacción. Uno de sus pasatiempos es esconderse e imaginar que alguien lo busca y persigue. Su juego favorito es aquel del «otro» Asterión, donde pretende ser visitado por su doble y actúa un diálogo ocupando el lugar de ese «otro», desesperado por aliviar su soledad.

Aunque parezca extraño, dadas las preocupaciones de Borges por los laberintos, la única relación del monstruo con el arquetípico laberinto es mucho más íntima de lo que uno podría esperar de su distante y teórico autor. El laberinto se vuelve La casa de Asterión, su hogar. Sin embargo, no ostenta ninguna de las cualidades positivas asociadas con la idea de hogar. La réplica es intrínseca al laberinto borgiano:

…bastan dos espejos opuestos para construir un laberinto.

Por lo tanto, el laberinto como hogar, y el hogar como laberinto, se vuelve el interminable y repetitivo tedio de estar con uno mismo. Entre las teorías de Asterión sobre la casa, la imposibilidad de una vida en aislamiento es cada vez más aparente. Especula en su delirio que la casa es el mundo e incorpora la realidad de afuera en su cosmología como una extensión de las infinitas repeticiones que lo rodean. Y sin embargo desea ser llevado a un lugar con menos galerías y menos puertas, y sueña con su redentor. No puede escaparle a su interés por el mundo exterior y anhela el contacto con otro. La condición del aislamiento pareciera ser el deseo de terminarlo. No se trata tanto del estar con uno mismo, sino de la ausencia del otro.

—¿Lo creerás, Ariadna? —Dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió.

El redentor que Asterión ansioso anticipa resulta ser, por supuesto, Teseo en su misión de matar al monstruo cretense. Los lectores de La casa de Asterión huyen al fin del laberinto junto al héroe, y al escapar de la cámara de aislamiento de Asterión, ingresan al mundo del mito clásico y encuentran a Ariadna. Abandonada en Naxos a la merced de bestias salvajes por el traicionero Teseo, ella, en lugar de su hermano semi-humano, fue la figura a través de la cual los autores grecorromanos exploraron los temas de la desolación y la soledad, quizás porque la historia de Ariadna es esperanzadora: la heroína logra escapar de su encierro. Descubierta en su abandono por Dionisio, ella pasa la vida junto a él, y tras su muerte, vuelve para brillar como una constelación en compañía de las estrellas. En cambio, el Minotauro muere sin haber experimentado el mundo exterior, entre delirios, liberado de su soledad en el laberinto de manera patética y violenta.


Alex Tadel se graduó con una maestría en lengua y literatura griega y latina de la Universidad de Oxford. Radicada en Liubliana, Eslovenia, actualmente se toma un descanso del mundo académico para trabajar como escritora freelancer, investigadora y tutora.

Texto publicado en la revista 3:AM el 7 de diciembre de 2020.

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: