
Cuando pensamos sobre el mal, es peligroso sentirse complaciente y tomarlo a la ligera. El mal es algo así como un poder cósmico que impregna el mundo y existe dentro de nosotros. Su complejidad puede dejarnos perplejos. Si llevamos nuestro razonamiento demasiado lejos, podemos quedar mentalmente paralizados, incapaces de tomar decisiones, incapaces de actuar. Por ejemplo, un solo hecho puede hacer flaquear nuestras convicciones cuando luchamos contra el terrorismo: tendemos a alienar al otro de la humanidad para protegernos a nosotros mismos.
Cuando me encontraba investigando para mi novela Nanjing Requiem, miré algunos documentales. En uno de ellos, un veterano japonés le relató al entrevistador que había quedado atónito frente a los actos cometidos por sus compañeros de armas en China. Esos hombres solían ser buenos esposos y hermanos en nuestro país, dijo, ¿por qué empezaron a actuar con tanta ferocidad de repente? Esa es una pregunta con la que yo mismo batallé, no solo en el contexto de Japón, sino en el de muchas de las historias que escribí. Creo que todos tenemos algo de maldad dentro de nosotros y normalmente somos capaces de impedir que se manifieste. Pero cuando las personas actúan como un colectivo, por ejemplo en el nombre de un país o de Dios, tendemos a dar rienda suelta a la maldad y actuar sobre ella, porque tenemos con quién compartir la culpa y la responsabilidad, y bajo esas circunstancias el mal es dividido en pequeños y olvidables fragmentos. Por lo tanto, debemos aceptar la soledad como condición de lo humano para que podamos ser los únicos responsables de nuestros actos. Nunca debemos seguir a la multitud.
Es también necesaria otra actitud. Sabemos que el mal puede perpetuarse. A veces cometemos un acto dañino porque otros nos han lastimado. Como resultado, el poder del mal procede a poseer una persona tras otra para prevalecer. Para contrarrestar esto, debemos adoptar la mentalidad de que los actos del mal terminan en nosotros. Czeslaw Milowsz escribió una gran línea sobre esta postura: Cualquier mal que hubiera sufrido, lo olvidé.
No existe mayor logro en la vida que la habilidad de olvidar el mal que otros nos han causado.
Ha Jin es un escritor chino-estadounidense. Su poesía y sus relatos han sido reconocidos con numerosos premios, entre ellos el Premio Faulkner y el National Book Award.
El artículo *Ha Jin on Literature and Evil* fue publicado en **The Center for Fiction**.
Deja una respuesta