Lo que Annie Ernaux le debe a la memoria

original por David McAllister para Revista Prospect


En la anglosfera, tendemos a agrupar los libros que leemos en uno de dos campos: ficción o no ficción. Dejando a un lado el guiño implícito de aprobación que esto da a los primeros a expensas de los segundos, al decir que está la ficción y luego todo lo demás, este etiquetado es vuelve problemático porque es mutuamente excluyente.

Una novela, que es ficción, nunca podría clasificarse como no ficción; de hecho, una novela de no ficción suena como una contradicción en términos. Esto se debe a que cuando usamos estas dos categorías, no estamos hablando de forma o contenido, como podríamos hacerlo con términos más granulares, como autoficción, memorias o biografía, sino de un juicio personal. Estamos diciendo: estos son los libros que dicen la verdad, mientras que estos son los que no lo hacen.

Annie Ernaux, la última galardonada con el premio Nobel de literatura, expone la superficialidad lingüística de estas clasificaciones. Es autora de novelas que adoptan solo las formas ficticias más raídas; una escritora de memorias profundamente personales que recuerda su vida, como ella misma dice, como una historiadora que sostiene un personaje en el pasado; y la escritora de una autobiografía experimental, Les Années, que terminó en la lista de finalistas para un premio internacional de ficción. Cualquier contradicción o error de categoría aquí es un capricho de la traducción. En la Francia natal de Ernaux, el concepto de no ficción es prácticamente inexistente; la escritora tiene más libertad que nosotros para rechazar esos pobres intentos de etiquetado. Nuestra experiencia del mundo no puede ser sometida a clasificación, escribe en Journal du dehors.

Dedicar tiempo a leer el trabajo de Ernaux es olvidarse rápidamente de las categorías y las clasificaciones. Te deja pensando que, en lugar de géneros, tal vez la única distinción real que se puede decir que existe entre dos formas de literatura, ficción y no ficción, autoficción y memorias, yace en su interpretación de la memoria. Todas las historias que contamos, sobre nosotros mismos o sobre los demás, se las debemos a los recuerdos que juntos conforman la suma de nuestra experiencia de vida. Pero la forma en que decidimos escribir sobre esos recuerdos depende de nosotros. Puedes tomar los hechos reales, escribe en Journal du dehors, y relatarlos en detalle, exponiendo su naturaleza cruda e inmediata, fuera de cualquier forma narrativa, o incorporarlos en un conjunto como una novela. En ambos casos, la naturaleza del control autoral cambia, pero el resultado es similar. Ambos crean versiones de la verdad que no se corresponden exactamente con la realidad.

Nacida como Annie Duchesne en 1940 en Normandía, en el noroeste de Francia, Ernaux creció en la ciudad de Yvetot, donde sus padres, católicos y de clase trabajadora, de origen campesino, dirigían una pequeña cafetería y una tienda de comestibles. Cualquier ambición académica que haya tenido se vio obstaculizada por sentimientos de inseguridad heredados de su entorno de clase: un intento abandonado de estudiar para ser maestra de escuela primaria en la École normale de Rouen la dejó sintiéndose como una emigrante de la tierra del fracaso.

No fue hasta una tarde de verano de 1960 en una piscina al aire libre en Londres, cerca del final de un breve período como au pair para una familia acomodada en Finchley, que Ernaux experimentó las primeras insinuaciones de la vida de escritora que eventualmente llevaría. Mientras yacía junto a la piscina con los ojos cerrados, el sonido de un avión sobrevolando la llevó de regreso a la guerra y los bombardeos, al chillido de las alertas de bombas en la calle: de repente, se dio cuenta del poder involuntario de la memoria. A partir de ese momento, empecé a convertirme en un ser literario, alguien que vive como si sus experiencias fueran a ser escritas algún día.

Ella ha sido fiel a su palabra desde entonces. Durante más de seis décadas, y mientras ejercía como maestra, Ernaux ha hecho del trabajo de su vida documentar, de manera diligente pero no necesariamente en orden cronológico, los eventos que definen su vida: su primera noche de intimidad con un hombre en un campamento de verano en 1958 y sus secuelas (Mémoire de fille); su aborto ilegal a los 23 años (L’événement); su romance de año y medio con un funcionario soviético (Se perdre, Passion simple); la vida y muerte de su padre (La place); la vida de su madre y su posterior deterioro por Alzheimer (Une Femme, Je ne suis pas sortie de ma nuit).

En cada relato, adopta un estilo sencillo pero nunca escaso, sin reminiscencias líricas, sin despliegues triunfales de ironía; nos deja continuamente conscientes del trabajo de investigación que debe emprender, a través de la escritura, para dar sentido a la ausencia que es la memoria. Revisa fotografías antiguas y las describe con minucioso detalle, busca en Internet rastros de personas de las que nunca se ha olvidado, incluso cuando hace tiempo que se olvidaron de ella. Vuelve a visitar lugares reales, incluida la calle de la clínica de abortos ilícitos y el sitio abandonado del campamento de verano, para evaluar la brechaentre quién era entonces y en quién se ha convertido.

La forma de la escritura de Ernaux cambia para adaptarse al evento específico que intenta recordar. A veces, toma la forma de una narrativa convencional, como si los recuerdos fueran tan evocadores que se reviven (L’événement). En otros escritos, podría ser un diario, donde la línea entre el pasado y el presente es más delgada y ciertas cosas se pueden registrar mientras aún se encuentran fuera del tiempo (L’événement, Je ne suis pas sortie de ma nuit). En obras posteriores, la distancia y la vejez han hecho que Ernaux considere su yo pasado con más experimentación, adoptando la tercera persona y haciendo uso de lo que ella llama el transpersonal, un acercamiento al yo singular que lo ve no como una identidad individual sino como un lugar, marcado por experiencias y eventos humanos (Les Années, Mémoire de fille).

De todos estos diversos intentos de alcanzar el pasado, es cuando describe fotografías que Ernaux se vuelve más interesante, tal vez debido a todos los artefactos que reflejan mejor su propio proceso de escritura. Las fotografías ofrecen un rastro físico del pasado, mientras afirman que el tiempo que capturan ya no existe. Pueden describirse tanto en términos prácticos, una foto en blanco y negro con bordes dentados, de cinco o seis centímetros cuadrados, o como un misterio que hay que desempaquetar y descifrar. Una de esas fotografías es el dormitorio vacío de Ernaux en el Convento de Ernemont, donde permaneció durante un año hasta 1959, como describe en Mémoire de fille:

Examino la foto con una lupa, tratando de descubrir detalles adicionales. Miro los pliegues del vestido que cuelga, el botón de metal para la luz al final de un cable negro que corre por el costado del marco de la puerta, algo que no se ha usado durante muchos años. El botón reemplazó a uno anterior, que ha dejado una marca arriba. No estoy tratando de recordar, estoy tratando de estar adentro de este cubículo en el dormitorio de las niñas, tomando una foto. De existir en ese mismo instante, sin derramarme sobre el antes o el después.

A pesar de que con frecuencia dedica cada libro a un evento específico, con la notable excepción de Les Années, el cual lo dedica a todo, los pensamientos de Ernaux nunca están aislados. Ningún recuerdo está completamente libre del impacto de otro: un ataque de llanto por su amante soviético es tan intenso como las lágrimas después de su aborto; la cara de un viejo comerciante de Londres, vista en el ojo de la mente mucho después de que se la viera por última vez en la vida real, de repente se asemeja al rostro que eventualmente se convertiría en el de su madre.

El efecto acumulativo de leer a Ernaux es un poco como vagar por una casa donde las habitaciones no tienen puertas, donde fragmentos de otras experiencias y yoes pasados se vislumbran constantemente desde los umbrales. A veces la conexión entre las habitaciones es obvia: Hay una continuidad absoluta entre la habitación en S y la habitación del abortista en la rue Cardinet. Me muevo de una habitación a otra, y lo que hay en el medio se borra (Mémoire de fille). A veces permanece cerrado: Me preguntaba por qué no era posible deslizarme en ese día o momento en particular tan fácilmente como uno se desliza de una habitación a otra (Passion simple). O a veces esas experiencias son tan fundamentales que los límites entre una y otra desaparecen por completo: Tuve que imaginarme una vez más en esa habitación ese domingo en particular… El deseo de meter los primeros veinte años de mi vida en esa habitación y ese domingo (L’événement).

Lo que hace que todo esto sea tan convincente es que Ernaux no trata sus recuerdos como simple materia prima para moldearlos en algo mejor o más refinado. Cada vez que describe las dificultades a las que se enfrenta cuando la memoria se resiste, cada vez que leemos mientras comienza a peinar la realidad en busca de signos de literatura, no hay mucha distancia entre el proceso de escritura y la pieza escrita terminada. Es esto lo que dota a sus libros de su inusual intimidad y franqueza: no es una escritora que ve la escritura como un acto de performance. No intenta ocultar la realidad de lo que ha experimentado detrás de la parábola, la alegoría o algún otro dispositivo de ficción convencional, como otros escritores podrían preferir hacer. La literatura debe surgir de la vida tal como es, y no al revés. Y para Ernaux, eso no es solo una regla general, sino la base de su imperativo moral: cualquier experiencia, cualquiera sea su naturaleza, tiene el derecho inalienable de ser contada.

El fundamento de ese derecho inalienable es la vergüenza. Estoy dotada de la vasta memoria de la vergüenza, más detallada e implacable que cualquier otra, un regalo único de la vergüenza (Mémoire de fille): la vergüenza de desear a un hombre que no lo merece (Passion simple); la vergüenza de las mujeres que abortan y la desaprobación de las que no lo hacen (L’événement); la vergüenza de pertenecer al sexo vergonzoso; la vergüenza de ser de clase trabajadora y no saber lo que hubiéramos sabido instintivamente, si no hubiéramos sido lo que éramos (La place).

Para Ernaux, la vergüenza es lo esquivo que encuentra su lugar de descanso final en la memoria. No es ficción ni no ficción; tiene un poder muy real y tangible, pero no deja rastro físico, ya que depende de los cambios en el tiempo, las actitudes sociales y las circunstancias individuales. Lo que se considera vergonzoso en una época no lo es en otra. Desde la perspectiva actual, incluso podríamos considerar incomprensibles las vergüenzas del pasado: las vemos directamente en el pasado simple, de la misma manera que podríamos creer que la pobreza ha dejado de existir ahora que nos ganamos la vida.

Sin embargo, la vergüenza, como la pobreza, persiste. Los eventos del pasado no pueden conciliarse con las actitudes contemporáneas; permanecen, en palabras de Ernaux, insolubles en la doxa del nuevo siglo. Recordar ese pasado insoluble, a través del lenguaje inteligible y universal de la palabra escrita, es afirmar que un individuo no puede ser silenciado por aquello que la sociedad preferiría olvidar.

El punto no es hacernos sentir incómodos. Todo lo contrario: comprender las vergüenzas del pasado nos permite comprendernos mejor y entender de dónde venimos. El trabajo de Ernaux es un testimonio de la idea de que lo que es individual también es comunal, y que la empatía deriva de convertir el yo en el nosotros.


David F. McAllister es un escritor y editor londinense. Sus trabajos incluyen ensayos, críticas y entrevistas; la mayoría de ellos pueden encontrarse en la revista Prospect.

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