Ulises en las tinieblas

El festival de Cannes, el triunfo del cine balcánico, Angelopoulos y Grecia

En 1995, dos películas intentaban dar forma, desde diferentes ángulos, a los acontecimientos que sacudieron la península balcánica y el este de Europa en el siglo veinte. Ambas acabarían compitiendo ese mismo año por el primer puesto en el prestigioso festival de Cannes, el más importante de Europa. Al final, Underground de Emir Kusturica se llevaría la Palma de Oro, y La mirada de Ulises, de Theo Angelopoulos, se conformaría con el premio del Jurado. Pero el director griego no estuvo muy de acuerdo con el reparto de galardones. Cuando fue llamado a la entrega de premios, no apareció para agradecer a la audiencia y al jurado, sino que se excusó aduciendo haber olvidado su discurso, explicando que lo había escrito esperando recibir la Palma de Oro y no un premio menor. Años más tarde ganaría el máximo galardón por La eternidad y un día.

Roger Ebert, el prestigioso crítico del Chicago Sun-Times y ganador del Pulitzer en 1975, en su reseña de La mirada de Ulises, describió la película como una experiencia pretenciosa y aburrida que eludía las más importantes responsabilidades del séptimo arte para con sus consumidores. Está claro que Angelopoulos no concebía el cine de la misma manera que Ebert y esto es clave para entender su filmografía. En una entrevista con openDemocracy, le preguntaron al director griego por qué volvió a hacer cine a su país cuando había recibido ofertas para trabajar con directores de la talla de Alain Resnais. Angelopoulos respondió que ya lo había decidido mucho antes de irse de Grecia para estudiar en París, cuando solo era un niño. En 1944, durante el «diciembre rojo» de Atenas, y los últimos años de la ocupación del país por las fuerzas del Eje, arrestaron a su padre y lo llevaron a las afueras de la ciudad para ejecutarlo. Angelopoulos recuerda deambular junto a su madre durante horas entre los cuerpos de los muertos, buscando reconocer en los rostros pálidos y ensangrentados el de su padre, y quiso saber por qué. Años después, al regresar de sus estudios en Francia, tendría otra experiencia que lo volvería a marcar y que reafirmaría su decisión. Durante las manifestaciones de los años sesenta, producto de una profunda crisis política que daría paso a la Dictadura de los Coroneles y a la abolición de la monarquía en Grecia, fue golpeado brutalmente por la policía. El director recuerda yacer en la calle malherido, con los cristales de sus lentes desperdigados por el asfalto. La brutalidad de la golpiza fortaleció su decisión de quedarse, se dijo a sí mismo: «voy a quedarme aquí. Quiero saber por qué». Y entendió que la única manera de saberlo era examinando el pasado de su país, de su historia. El cine de Angelopoulos no busca entretener a su audiencia, sino hacerles reflexionar, siempre con la exigua esperanza de poder responder a esa pregunta.

Las razones detrás de ese mismo interrogante ocupan la escena de esta entrada.

La mirada de Ulises es la pieza central en la trilogía de las fronteras, la cual explora los efectos de la fragmentación política de los Balcanes, especialmente su impacto sobre los refugiados y las víctimas de las innumerables guerras que sacudieron la región. Narra la búsqueda de los primeros rollos de cine grabados por los hermanos Manakis, pioneros del arte en la región. A. (Harvey Keitel), un director de cine exiliado en los Estados Unidos, regresa a su tierra natal, en Florina, Grecia, después de quince años. Allí presenta su última película, cuya función a cielo abierto motiva, por razones políticas, una batalla campal bajo la lluvia. El film proyectado es El paso suspendido de la cigüeña, del mismo Angelopoulos, y parte, también, de la trilogía de las fronteras. A partir de este momento, el protagonista recorrerá las ciudades más importantes de la península en busca de las bobinas perdidas, las primeras imágenes de los Balcanes, y en su viaje experimentará desdoblamientos que lo situarán simultáneamente en el mito, en la épica griega y en la historia más reciente de los Balcanes.

El descenso, el mito

La mirada de Ulises abre con las primeras imágenes capturadas por los hermanos Manakis: las Hilanderas en Avdella, la abuela y las tías de los directores trabajando el telar; o tal vez son las Moiras, aquellos seres infernales que en tiempos mitológicos dictaban el curso de vida de los mortales. La relación temporal entre la trama de la película y la épica no es lineal, la primera no es un mero recuento moderno de la segunda. Sí, en La mirada de Ulises, los personajes cumplen un doble rol, el mítico y el que opera sobre la diégesis, pero no es posible establecer un vínculo temporal en la organización de los eventos. No estamos seguros, por ejemplo, de quién representa a Tiresias, el sabio que Ulises busca en los infiernos, ¿será el psicopómpico taxista que traslada a A. hasta la frontera de Albania? ¿El amigo que lo recibe en Belgrado? ¿Ivo, el custodio de las bobinas? ¿O quizás los tres cumplen en la película el papel que Tiresias cumple en el mito? Y si esto vuelve la relación un poco confusa y arbitraria; en la película, los personajes femeninos de la Odisea están interpretados por la misma actriz (Maia Morgenstern). En Florina, Morgenstern es Penélope y el interés amoroso de A., en Monastir es Calipso y la directora del museo Manakis, en Constanza es Anticlea y la madre de A., en Plovdiv es Nausícaa y la viuda que confunde al protagonista con su marido, y finalmente, en Sarajevo, vuelve a ser la mujer de Florina y Penélope. Pero estas asignaciones pueden ser discutidas. De esta manera, la película nos sugiere examinarla dentro de un marco mítico, donde los escenarios y los personajes se organizan y resignifican en diálogo constante con la épica.

En la literatura, se le llama catábasis al descenso del héroe mítico al inframundo, el dominio de los muertos. En la mitología hay muchos ejemplos de «narrativas catábicas»: el rescate fallido de Eurídice; el amor de los Dioscuros, para siempre constelados, y la captura del Cancerbero en los trabajos de Hércules, entre muchas otras. Una de las más importantes se relata en el Canto XI de La Odisea; Ulises, el héroe griego, luego de asediar Troya, naufraga al intentar regresar a su hogar en Ítaca. Luego de muchas aventuras, desciende a los infiernos en busca del consejo de Tiresias, el famoso adivino de Tebas. Durante toda la película se establecen vínculos entre el periplo de A. y los acontecimientos de La Odisea, siendo el descenso a los infiernos el más presente y significativo. De hecho, muchos críticos de cine están de acuerdo con que la película solo se centra en la aventura de Ulises en el Hades. Los paisajes cubiertos de niebla, los refugiados, como sombras, deambulando sin rumbo en las fronteras de países quebrados, las ciudades devastadas por la guerra, son las imágenes que A. encuentra durante su viaje por los Balcanes, de alguna forma las mismas que Ulises halla en los infiernos.

Siguiendo este hilo, el héroe, entonces, nunca termina por escapar del infierno. El viaje, para A., es su condena y su purgatorio. La estatua de Lenin en Constanza no viene a hacer de Polifemo, el cíclope que devora la tripulación de Ulises, sino todo lo contrario, es Aquiles, el último héroe, y quien recibe al protagonista en el averno. La escena en Rumanía, con sus familiares bailando en el exilio, no es más que el acto de nombrarlos. La bruma constante que invade nuestras pantallas es el eterno paisaje del país de los muertos.

Durante el monólogo final, A. nos revela que planea volver a su tierra, convencido de que lo hará por primera vez, pero sus lágrimas lo traicionan. Ya lo ha intentado antes. Todavía no ha salido de las tinieblas. No hay hogar al que regresar y otro viaje le espera.

La escena

La escena que ocupa esta publicación consta de una pregunta que podría, de ser respondida, revelar no solo las intenciones últimas y más privadas de A., sino el ánimo de toda una región, las consecuencias de su tumultuosa historia, la orfandad de sus habitantes. ​

Al final de su viaje, A. llega a Sarajevo, donde lo espera Ivo, la persona encargada de custodiar las películas de los hermanos Manakis. Allí la guerra sigue viva y presente. Las calles están cubiertas de niebla y de humo, las estructuras de los edificios y de las casas están destruidas. De lo que aparenta ser un hospital psiquiátrico, escapan los pacientes, como fantasmas. Ivo y A. se dirigen al museo donde se encuentran los films, ocultándose entre los escombros, huyendo de francotiradores invisibles. Ambos pueden morir en cualquier momento. Nosotros, los espectadores, los observamos desde la distancia, un plano altísimo. Los hombres cargan en silencio con dos bidones de agua, necesarios para sobrevivir y para la alquimia que descubrirá las imágenes ocultas en las bobinas.

Al cruzar un puente de la ciudad de Sarajevo, que bien podría estar suspendido sobre el río Estigia, luego de atravesar siete países y miles de fronteras, A. descansa junto a Ivo, ambos resguardados tras un camión de guerra.

Has venido de tan lejos, has hecho todo ese viaje, buscando algo que se cree perdido… Dice Ivo, casi para sí mismo, mientras lucha por recuperar el aire.

Debes tener mucha fe…

¿O acaso es desesperación?

Cuando le preguntaron a Angelopoulos por qué estaba tan obsesionado con mostrar imágenes de estatuas rotas en sus películas, él respondió: porque en Grecia solo encuentras estatuas rotas. El viaje de A. en busca de las bobinas podría significar el rescate de un tiempo, sacado a contrabando de la historia, que funcione de puerta a una mirada quizás inocente, más pura, de Grecia, pero también puede significar la reconstrucción de los hechos que dejaron a tanta gente desamparada, o la búsqueda de una explicación que revele, o salve, una identidad perdida o arrebatada: un regresar a casa. Pero no obtendremos respuesta…

Tal vez el viaje de A. por los Balcanes no es el regreso de Ulises a Ítaca, sino otro: aquel que el espectro de Tiresias le vaticina en el infierno.

Verdad es que al llegar vengarás sus violencias; más luego que a los fieros galanes des muerte en tus salas, ya sea por astucia, ya en lucha letal con el filo del bronce, toma punto en tus manos un remo y emprende el camino hasta hallar unos hombres que ignoren el mar y no coman alimento ninguno salado, ni sepan tampoco de las naves de flancos purpúreos ni entiendan los remos de expedito manejo que el barco convierte en sus alas.

La Odisea, canto XI

  1. Pourgoris, Marinos. (2007). Ulysses’ Gaze and the myth of balkan history. Cambridge Scholar Publishing.
  2. Aleksic, Tatjana. (2007). Mythistory and Narratives of the Nation in the Balkans. Cambridge scholar publishing.
  3. Huerga Melcón, Pablo. (2017). La mirada de Ulises. Un viaje al infierno de los Balcanes. Critical Journal of Social and Juridical Sciences, vol. 50, núm. 1, Euro-Mediterranean University Institute.

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